De la misma manera que cuando manejamos un vehículo sabemos cuando acelerar y cuando frenar, así mismo debemos aprender a controlar las diferentes “velocidades” a las que tenemos que ir por la vida. Algunas veces necesitas frenar, disminuir el ritmo, parar o avanzar lo más lento posible para no perderte los diferentes matices de la vida. Por eso existen las vacaciones, los retiros, el descanso del fin de semana o del día que puedas hacerlo.
Hoy día, la vida nos impone un ritmo rápido. Me he acostumbrado tanto, o al menos eso creo, que me parece imposible sobrevivir en un lugar donde casi no pasa nada, donde uno se levanta y se acuesta sin que note muchos cambios en la vida. No obstante, ir demasiado rápido a menudo atenta contra la calidad de tu propia vida.
He aquí una analogía que lo ilustra mejor: En el juego del dominó usamos mucho la frase: “el de afuera ve más que el de adentro”, refiriéndose al que estaba parado al lado de la mesa observando el juego. ¿Sabes por qué “el de afuera” veía más?
En primer lugar, porque además de ver tu juego, tenía la posibilidad de ver el juego de tu oponente.
En segundo lugar, porque actuaba como juez y no tenía nada que arriesgar.
En tercer lugar, porque no tenía el poder de tomar las decisiones y, por tanto, no se tenía que preocupar por las consecuencias.
En cambio, uno como jugador tiene que tomar riesgos. Tiene que asumir que la jugada que uno hace va a tener tal o más cual efecto y predecir los posibles resultados, siempre intentando ganar la partida, quedarte con la menor cantidad de tantos por si hay un cierre y hacer que el oponente no pueda “botar” sus tantos porque se cuentan en tu favor al final de la partida.
No obstante, en la mayoría de los casos, queda tiempo para recuperarte si cometes errores porque casi ningún juego termina en una sola partida. Vas ganando poco a poco, acumulando puntos que se componen para convertirte en ganador. Luego de ganar ese juego, empiezas de cero otra vez y el proceso se repite.
Apliquemos esto a la primera analogía que te propuse: ir más despacio o parar.
Si te detienes o bajas tu ritmo en momentos claves, vas a ser como “el de afuera”. Miras tu propia vida con los ojos de un espectador. Te alejas un poco del problema o del plan. Dejas de tomar riesgo por un momento, analizas con la mente fría, calculas y vuelves al “juego”. No te conviertas en juez, no siempre hay que darle una categoría de buena o mala a nuestras decisiones. Es más conveniente mirar las cosas como son, analizar los hechos, las posibles consecuencias y cómo lidiar con ellas pero sin dejar que el ego nos obligue a emitir juicios.
Categorizar nuestras acciones no mejora o empeora los resultados, al contrario, nos parcializa o nos inmoviliza. Las pequeñas acciones se van componiendo y modifican los posibles resultados. Mientras más enfrascados estemos en encontrar una solución rápida y efectiva o en juzgarnos, culparnos y condenarnos, menos nos acercamos al desenlace feliz que añoramos y por el que hemos trabajado.
Hagamos que las pequeñas acciones se compongan en nuestro favor. Actuemos en función de la meta y no de satisfacer nuestro ego o complacernos a nosotros mismos. Las pequeñas victorias del día a día nos preparan para alcanzar metas mayores, crecer en el proceso, vivir y disfrutar de nuestra existencia.